La Biblia los ha descrito como el ejército alado de Dios, pues parece imposible que exista un rey sin soldados, y por eso ellos pudieron expulsar del Cielo a ese arcángel a quien no le gustaba obedecer y que decidió convertirse en el Diablo. Esencialmente, un Ángel es un ser espiritual que existe en la mayoría de las religiones, y en todas se le atribuye la labor de ayudar al ser supremo de luz en su misión universal y de estar en posesión de facultades increíbles, entre ellas comprender los misterios del universo, volar o materializarse solamente delante de personas específicas.
Seguramente es cierto que están ahí, a nuestro alrededor, velando por justos y pecadores, pues una misión tan divina no podía excluir a nadie. Durante la niñez su presencia nos ha acompañado en nuestras fantasías y creencia religiosas, y sus representantes en la tierra nos han asegurado que están a nuestro lado para ofrecernos protección contra los demonios y las circunstancias adversas. Teníamos (en la niñez con seguridad, ahora no sabemos) un Ángel de la Guarda para cada uno, un ser divino que nos cuidaba para que nada malo nos ocurriera.
Los dibujos, más que los sacerdotes, nos lo describían siempre con alas blancas, elemento imprescindible para que pudiesen volar desde el cielo a la tierra velozmente, incluso más que un avión, aunque ahora simplemente se aparecen ante los mortales. Posiblemente no tengan alas, pero tampoco estamos seguros de lo contrario, puesto que los pocos mortales que han tenido el privilegio de verlos no han confirmado esta peculiaridad. Por supuesto, habitualmente son invisibles físicamente, pero su presencia se percibe y sus acciones son puramente terrenales.
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