Ten listo tu espacio. Encuentra un lugar tranquilo donde nadie te moleste, como tu cuarto. Apaga todos los aparatos electrónicos que puedan distraerte, como por ejemplo, tu televisor, teléfono o la computadora. Podría ser de ayuda si apagas la luz o cierras las cortinas. Tal vez quieras encender una vela o un incienso, para mantener tu mente enfocada en algo.
Siéntate en una posición cómoda. Para meditar, necesitas estar quieto por un largo rato. No te sientes en un lugar que te incomode y tengas que moverte. Incluso, puedes meditar acostado o acostada, siempre y cuando no te duermas.
Respira profundo y despeja tu mente. Cierra los ojos o mantén tu vista en la vela. Intenta no pensar en absolutamente nada por unos minutos, ni siquiera en tu ángel de la guarda. Concéntrate en mantener una respiración estable y lenta.
Saluda a tu ángel de la guarda. En tu mente, dile “hola” a tu ángel de la guarda. Agradécele a por cuidarte. Cuéntale sobre cualquier problema que te inquiete. Pídele que te guíe y oriente.
Escucha la respuesta de tu ángel. Las señales para saber si tu ángel de la guarda está ahí serán sutiles. Tal vez sea un ruido casi perceptible, una imagen fugaz que pase por tu mente, una sensación de calidez, o incluso sentir que alguien más está contigo en el cuarto vacío.
Algunas personas creen que los ángeles no pueden interferir en nuestras vidas si no se lo pides. Si no estás seguro de que tu ángel de la guarda está contigo, pídele que te haga saber que hay alguien acompañándote.
Sal del estado de meditación poco a poco. Despídete de tu ángel. Termina la meditación con una oración. Si tus ojos estaban cerrados, ábrelos ya. Cambia de posición y siéntate un minuto o dos para que tu mente regrese a la normalidad.
Practica tu meditación. La meditación es una habilidad difícil de perfeccionar. Es posible que no lo hagas bien tu primera vez. Inténtalo de nuevo, tantas veces puedas. Lo mejor es practicar unos cuantos minutos al día, todos los días, si tienes la oportunidad.
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